Corriendo por la playa


El verano de 1908 Joaquín Sorolla se lo pasó en la playa. El Mediterráneo tenía infinitas posibilidades artísticas, con esa luz radiante que se reflejaba en todo y su atmósfera de sana felicidad (representada aquí en los niños) que casi recordaba al esplendor cultural del pasado grecolatino de la costa levantina.

El pintor era ya una super-estrella (un año después llegaría la Sorollamanía a Estados Unidos) y en esa época estaba obsesionado por las playas de la zona, que convirtió en su estudio.

De ahí las instantáneas al aire libre como esta, pintadas en exteriores (en plein air, que dirían los franceses) y muy ágilmente, como hacían los impresionistas. De cerca sólo vemos pinceladas de colores puros. Es de lejos donde empezamos a ver la obra en su conjunto y a comprender porqué Sorolla era tan bueno.

El artista sabía muy bien que las cosas no llegan a nuestros ojos con su forma propia perfectamente definida, sino que llegan alteradas por el ambiente y la luz que las rodean.

De ahí que las composiciones del pintor sean tan geniales. En “Corriendo por la playa” por ejemplo, llama la atención la composición equilibrada, situando cada cosa en armonía para transmitirnos luz y movimiento en el agua, y un espacio sólido en la arena.

Las figuras principales son los tres niños del primer plano (uno de ellos en pelota picada, para que el sol de Levante se refleje en su piel mojada), pero hay muchos más dándose un baño al fondo. Todos ayudan a destacar al protagonista de todo: el mar mismo. Como en muchas otras obras de Sorolla, se elimina toda referencia al horizonte y todo es mar, salvo la franja inferior de arena seca y mojada que equilibra la composición.

El Mediterráneo se compone de pinceladas horizontales de distintas gamas de azules, violetas e incluso los reflejos ocres de la arena. Con eso se refleja perfectamente el incesante movimiento del agua del mar. Los niños son trazados con gestos rápidos, para expresar mejor la fugacidad de sus movimientos, como lo haría un fotógrafo. – Fuente>>

Comiendo uvas


Comiendo uvas es un cuadro realizado en 1898 por el pintor valenciano Joaquín Sorolla.

Se trata de una obra que perteneció al doctor Simarro pero que fue adquirida, por un precio de 5000 pesetas, por Clotilde García en la exposición celebrada en el Ateneo de Madrid en 1922.​ Representa el busto de un niño de frente; su cabeza está cubierta con un sombrero de paja de ala ancha y viste una camisa de color salmón. En la mano derecha sostiene un racimo de uvas mientras que con la mano izquierda introduce varias uvas en su boca.

Contadina de Asís


Contadina de Asís es un cuadro realizado en 1888 por el pintor valenciano Joaquín Sorolla.

Pintado durante el retiro del pintor en Asís, se trata de un retrato femenino que significó el principio de su pintura realista: los colores tradicionales de la pintura académica, cálidos y tostados, dejan paso a gamas más luminosas, introducidas por los impresionistas.​ En él aparece una campesina, de busto y girando levemente la cabeza hacia la derecha, que se recorta sobre un paisaje salpicado de amapolas. Su cabeza se cubre con un pañuelo rojo anudado en la nuca y su blusa blanca aparece cubierta por un corpiño, también

Helena con sombrero negro

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Fue pintado en 1910 y nos presenta a la hija del pintor con quince años, convertida ya en una joven distinguida, vestida de mañana con un sombrero a juego.
El sombrero fue el complemento indispensable y gran protagonista de la indumentaria de la Belle Époque. Compensa la relativa ligereza de las nuevas siluetas femeninas, que ahora llevan líneas más ceñidas al cuerpo, con su enorme volumen, que acoge los adornos más imaginativos y prueba el gusto y la originalidad de quien lo lleva.

Cordeleros de Jávea


Cordeleros de Jávea es un cuadro realizado en 1898 por el pintor valenciano Joaquín Sorolla.

Se trata de una obra realizada durante la segunda estancia del pintor en Jávea, época en la que trataba detener el transcurso del tiempo, de ahí el intentar, como en este caso, fijar cada rayo de sol en la pintura.

Muestra un muchacho de perfil dando vueltas a un gran carrete, donde se enrollan las cuerdas, protegido del sol por un cañizo. En el fondo aparecen tres trabajadores más trenzando el esparto. Detrás está la playa con algunas barcas en la orilla.​ De aparente temática costumbrista o rural, sirve como pretexto para recoger la plenitud solar y el movimiento de la luz en el espacio. No se busca el detalle, sino capturar la fugacidad, y así las figuras se presentan esbozadas.

Los brochazos son fluidos, menos forzados, lo que permite captar la luz de forma espontánea. En los colores, se destierran los ocres, marrones y grises que hasta entonces había utilizado para el paisaje.