María en la Playa de Biarritz o Contraluz, Biarritz


En esta ocasión es María, la hija mayor del pintor, la retratada en el Paseo del Faro de Biarritz; nos ofrece la imagen de una mujer cosmopolita, elegantemente vestida de blanco. Algunos de estos retratos familiares al aire libre también fueron destinados a la venta, y el público de la época los reconoció, adquiriéndolos en muchas ocasiones. Al parecer los retratos de María solían tener especial éxito y la familia bromeaba con que era ella el sostén de la familia.
 
La constante fascinación de Sorolla por las modulaciones de la luz se evidencia en su gusto por los contraluces, tan difíciles de analizar en la realidad por el deslumbramiento que producen; este es uno de los más bellos ejemplos, con un efecto de luz reflejada, reverberante, sobre el agua, que llena la mitad del cuadro y compite con la figura de María, que por el efecto del contraluz aparece ingrávida, casi desmaterializada.

Tipos manchegos


Hombre montado en un asno blanco, visto casi de frente, acompañado por otro envuelto en una capa y con una alforja sobre su hombro izquierdo. Al fondo, paisaje urbano de Campo de Criptana, con dos molinos de viento.
Pintado, como el anterior, en el mes de octubre.
El cuadro está compuesto por dos lienzos, con sus respectivos bastidores, formando unidad. Está pintado con modelos procedentes de Miguel Esteban, como estudio preparatorio del panel de Castilla. La figura que cabalga el asno fue incluida en la parte central de la obra definitiva.

Bajo el toldo, Biarritz


Tres mujeres bajo un toldo a rayas rojas y amarillas. De izquierda a derecha, mujer sentada, algo más retrasada, con traje blanco y sombrero negro; la segunda sentada en una silla, con traje y pamela blancos; la tercera sentada en una banqueta, de perfil, con blusa malva, falda morada y sombrero, y pintando en un lienzo. La arena y el mar en azul intenso al fondo, y una cuarta mujer de espaldas.
Pintado durante el verano.

El balandrito


Un cuadro confuso en cuanto a su audaz composición, con un punto de vista explícitamente elevado, y sin líneas de horizonte que nos dejen hacernos una idea de donde está jugando este chaval, tan descentrado en el lienzo.

El niño está jugando en la orilla de una playa, obviamente. Para ser exactos en el arenal valenciano de El Cabañal, a donde solía acudir el pintor tras su exitosa estancia en los Estados Unidos para disfrutar de ese sol violento del Mediterráneo.

El escritor Vicente Blasco Ibáñez, que lo veía todo el día pintando en la playa con su sombrero de paja lo veía como un valeroso soldado de la pintura que, como si fuera una salamandra, se pasa el día entero entre la arena que vomita llamas.

Sorollla pintaba a niños jugando y el agua del mar cubriendo la mayor parte del lienzo, llenando la composición. Pero sobre todo pintaba la luz. Esa sí que lo cubre todo con una intensidad extraordinaria, ya sea directa sobre la piel mojada del niño desnudo o sobre esos hermosos y fugitivos reflejos en el agua creados con dinámicas pinceladas. Y así consigue este artista pintar algo tan difícil como es el movimiento del mar.

El cuadro transmite además la inocencia y felicidad de un niño jugando despreocupado con su barquito de vela, la reproducción en miniatura de un balandro, quizás un autorretrato del artista jugando con sus tubos de pintura y sus lienzos.

Niños en la playa – 1916


Durante el verano de 1916, que disfrutó en las playas valencianas, Sorolla apenas realizó nuevas obras y fue Niños en la playa una de las pocas en las que trabajó durante esta época, considerada por los expertos como el punto álgido de su carrera.

Desde una perspectiva complicada, el pintor retrata en primer plano a un niño que observa junto a la orilla cómo otros dos menores juegan tumbados en la arena, uno de ellos en una posición especialmente difícil de conseguir.

El movimiento que impregna la escena distingue a la obra entre el resto de pinturas de Sorolla, tanto que fue elegida en 1963 para ilustrar una edición especial de sellos que conmemoraban el centenario del nacimiento del artista.

El baño del caballo


El baño del caballo, también conocida como El caballo blanco, es una obra de Joaquín Sorolla y Bastida pintada al óleo sobre lienzo con unas dimensiones de 205 × 250 cm. Según la firma está datado en 1909 y actualmente se conserva en el Museo Sorolla de Madrid.

Se engloba dentro de la serie de pinturas de playa que el pintor realizó en El Cabañal de Valencia a su vuelta de los Estados Unidos.

En esta serie de lienzos que pintó en el verano de 1909, se incluyen otras obras tan notables como Paseo a orillas del mar.

Descripción y características

El punto de vista en la composición está alto, recurso habitual de Sorolla, y lo sitúa en la cabeza del chico que sujeta la brida del caballo y cuya grupa termina de conformar un primer plano largo e inclinado que consigue reducir la línea del horizonte a una delgada franja. Posiblemente, de este modo, el artista evita el deslumbramiento del claro cielo valenciano y centra su atención en la arena de la playa y la ondulante línea del agua con sus peculiares sombras, reflejos de luz y destellos, que Sorolla sabía plasmar de modo magistral a base de una pincelada empastada, suelta y ágil.

¡Aún dicen que el pescado es caro!


Este emblemático cuadro, sin duda el más famoso entre todos los pintados por Sorolla durante su juventud con argumento social, es también ejemplo fundamental de la inmersión del artista en este género, entonces de plena vigencia en los ambientes artísticos oficiales madrileños, en los que Sorolla se propuso lograr sus primeros reconocimientos públicos. Además, es seguramente el más sentido de todos ellos en la hondura de su significado, por representar un asunto tan sensible a las vivencias de las gentes de su tierra natal, logrando con él una de las escenas más emocionantes de la pintura española del realismo social de fin de siglo.

Tras el éxito obtenido en 1892 con ¡¡Otra Margarita!!, Sorolla revalidó de nuevo con esta pintura otra primera medalla en la Exposición Nacional de 1895, donde fue presentada por el artista junto con otros trece cuadros, en su mayoría retratos. Muestra el interior de la bodega de una barca de pesca, en la que un joven marinero, apenas un muchacho, yace tendido en el suelo tras sufrir un accidente durante la faena. Con el torso desnudo, del que pende una medalla, amuleto devoto de protección de los pescadores contra las desgracias, el joven es atendido cuidadosamente de sus heridas por dos viejos compañeros de labor, con el semblante serio y concentrado. Uno de ellos le sujeta por los hombros, mientras el otro, cubierto por una barretina, le aplica una compresa en la herida, que acaba de mojar en el perol de agua que se ve en el primer término.

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Vendiendo melones

CTB.1995.29


Vendiendo melones está fechado en el año crucial en que Sorolla abandona Italia y, tras una brevísima estancia en Valencia, se instala en Madrid e inicia una carrera profesional que le llevaría a alcanzar grandes éxitos internacionales. El tema de la obra se puede relacionar con los trabajos realizados por Sorolla durante su estancia en Asís, entre septiembre de 1888 y junio de 1889. En esta época, ya casado y terminada la beca de la Diputación de Valencia, Sorolla se dedica a pintar escenas de fácil venta.

Son, por lo general, pequeñas acuarelas de tema costumbrista y anecdótico, que comercializaba Francisco Jover, un marchante valenciano residente en Roma, y que Sorolla, a veces, amplió en óleos de mayor tamaño. Obras como Costumbres valencianas (1890), El resbalón del monaguillo (1892) o El beso de la reliquia (1893), desarrollaron sobre lienzo aquellas peculiaridades temáticas. Estas obras están muy influidas por José Benlliure, que en esta época vivía también en Asís, y quien, a su vez, adaptaba al gusto de finales de siglo el estilo popularizado por Fortuny quince años antes.